Tuesday 20 January 2015

Apología del exceso



"El último abrazo", Olga Marciano, 2008



Tal vez se trate sólo de una travesura, pero esta es la descripción misma del tiempo diferente. Aquí los colores se miden en plena saturación desajustada. Efervescentes, sin más ácido que el de la piel en su roce con veinte uñas de caricia.

Defiendo una plaga de lugares como este, donde la escala cromática supone encontrarse, de pronto, templados y rojos. Y sentir. Defiendo la fiebre sin más motivo que el susurro y reivindico las manos en el cuerpo expuesto como nueva capital de Estado, sin excepción.

Justifico los labios irritados que cortan despacio, aquí, con espaldas sin censura de tela. Pretendo la existencia obligatoria de hectómetros de fuego en cuello y pelo. Los abrazos más irreverentes por quererse con los dientes demasiado afilados. La sexualidad de las manos que desvisten los excesos de distancia.

Asumamos, YA, que el tacto es la arquitectura desnuda que nos mantiene. Ocupemos los rincones más inhabitables del abrazo; como este abusivo espacio entre las bocas.


Exijo la defensa de lo excesivo,
de lo que “corta, como un cuchillo”[1].
De lo sencillamente aplastante.





[1] En “Ya nada ahora”, Ángel González, 1992.

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